El futuro es un concepto que carece de sentido si no se asumen responsabilidades. El miedo que hace mella en todos los seres humanos cuando se desconoce qué va a suceder, es más latente cuando se carece de experiencia previa. Cuando el hombre alcanza madurez y se enfrenta a retos en su vida, intenta echar mano de su bagaje de experiencias para perderle el miedo al futuro. Sin embargo, ese miedo sigue subyaciendo hasta que la luz empieza a entrar en su mente, la luz que viene dada por los primeros pasos en el camino del reto que tiene planteado.
El miedo lo queremos teñir muchas veces con la palabra prudencia. La prudencia es el conocimiento de lo que puede ocurrir, unido tanto a la paciencia como al desconocimiento de los factores ajenos. Prudencia, en todo caso, no significa estar parado sino andar con atención para corregir sobre la marcha los errores que puedan ir cometiéndose.
Por el contrario, el miedo te impide avanzar. El que tiene miedo ve enemigos en todas partes, ve dificultades en todos los pasos. No avanza, se estanca, entierra la moneda y no la hace fructificar.
Dentro de nosotros tenemos las respuestas para hallar la salida a cualquier situación que se nos presente, pero para ello debemos tener la objetividad suficiente como para poder poner por delante la experiencia de lo que hayamos vivido anteriormente, uniéndola a la escala de valores que tengamos implantada en nuestra personalidad. La síntesis será el paso que demos a continuación. Si a la experiencia previa le unimos nuestra escala de valores, nuestra filosofía de la vida, el resultado tiene que ser algo positivo.
El miedo se produce por desconocimiento de nuestras capacidades. En el ejercicio diario vamos poniendo a prueba cada una de esas capacidades. No le demos la espalda a los problemas, porque los problemas son la clave para evolucionar. El miedo impide que afrontemos los problemas.
El valor es trocado en locura si no va unido a la inteligencia. El valor debe estar regido por la cordura, por la inteligencia, por el manejo de los parámetros positivos y negativos que se dan en cada acción; y aunque siempre existe el elemento riesgo, debemos asumirlo. Si el resultado final es positivo o negativo, asumámoslo también con absoluta naturalidad.
La coherencia no está reñida con el amor, con la paciencia, con el valor, con la prudencia. La coherencia es el resultado de la unión de parámetros para tomar una decisión. Los procesos racionales nos tienen que servir para desenmarañar aquello que parece enmarañado. Si la información que se recibe parece confusa, enmarañada, sin sentido, parémonos y busquemos el hilo que deshaga el ovillo.
Así es la vida: una madeja revuelta pero con cabos que siempre están a nuestra disposición para desenmarañarla. Sólo el miedo nos hace desistir de ese reto.
Cuando nos encontremos frente a frente con una situación desconocida, tengamos la seguridad de que internamente tenemos la clave para afrontarla. No tengamos miedo a avanzar. Pongamos toda nuestra energía positiva en ello y aunque aparentemente recibamos sinsabores, en la balanza final seguro encontraremos un resultado altamente positivo.
Desenmarañemos la madeja sin miedo. Afrontemos lo que la vida nos da porque eso es lo que nos hará evolucionar. No queramos cambiar la vida al prójimo, no andemos por él. Seamos referencia pero no objetivo. El objetivo es uno mismo para uno mismo, no para el prójimo.