jueves, abril 21, 2005

La sobrevivencia eterna

Todo lo que sea familiarizarnos con el fenómeno ineludible de la muerte es bueno, porque por lo mismo que se habla tan poco de ella, el ser humano le teme en vez de verla como un final feliz de los días pasados en nuestra envoltura mortal y perecedera. La muerte es para el ser humano lo que la crisálida es para la mariposa: una metamorfosis que le permite extender sus alas y remontar su vuelo por sobre un jardín rodeado de flores. Podríamos entonces decir que la verdadera vida comienza después de la muerte del ser humano, por lo tanto no es de la muerte de lo que debemos preocuparnos, sino de vivir bien nuestra vida terrenal para que nuestra sobrevivencia esté asegurada por los frutos abundantes del espíritu.

El perseguimiento del ideal, la lucha por ser semejante a Dios, es un esfuerzo continuo antes y después de la muerte. La vida después de la muerte no es esencialmente distinta de la existencia mortal. Todo lo bueno que hagamos en esta vida contribuye directamente al enaltecimiento de la vida futura. La religión real no fomenta la indolencia moral ni la pereza espiritual al alentar la vana esperanza de recibir todas las virtudes de un carácter noble como resultado de cruzar las puertas de la muerte natural. La verdadera religión no menosprecia el esfuerzo humano por progresar durante el contrato mortal de la vida. Todo logro mortal es una contribución directa al enriquecimiento de las primeras etapas de la experiencia de supervivencia inmortal.

Cuánto debemos dar gracias a nuestro Padre por tener acceso a estos conocimientos que hacen que nuestra vida terrenal tenga significado mucho más allá de lo mediático. Es en ella en donde estamos sembrando lo que cosecharemos después de nuestra muerte física: la sobrevivencia eterna.